Hoy me encontré un jazmín en la calle inmortal y desenfrenada. Estaba indeciso y solitario. Lo tomé y lo acurruqué junto a mi solapa. Lo llevé a pasear por cada rincón de la insondable ciudad avasalladora y sentí que suavemente reía cual niño que descubre la mirada de su madre al sentir que se va calmando el caos… Le mostré todo el infinito cósmico de mi aldea astral…
Sentí que su felicidad era inmensa. Sentí que iba creciendo fuertemente sobre mi pecho…
Al llegar a una glauca plaza quimérica, lo deposité sobre el espeso mar de vegetación que se extendía sobre la gleba. Podía sentir claramente cómo aquella flor iba tomando forma.
Floreció del humilde jazmín una hermosa mujer de largos cabellos castaños, de luceros claros, de esbelta figura y grácil sonrisa…
Busqué sus ojos y ella encontró los míos. Nos quedamos observándonos infinitamente el uno al otro; nos tomamos nuestras manos hasta sentirlas una sola; disolvimos nuestros cuerpos hasta amarnos en silencio y escapamos de toda realidad absoluta para alcanzar una perenne palingenesia eterna…